EL TRIVIAL DE LA EDUCACIÓN
Tengo una compañera con un pequeño problema: la pobre siempre se ha quejado de que es incapaz de retener datos. Solo con un gran esfuerzo consigue recordar fechas, nombres, números... Informaciones que le serían muy útiles para ganar al Trivial Pursuit, juego en el que siempre pierde. Afortunadamente, no ha necesitado psicoanalista ni nada parecido, pero su autoestima se resiente cada vez que juega, pese a que puede desempeñar su tarea profesional sin ningún problema.
Sin embargo, mi madre es una base de datos. Siempre me dice que ahora no sabemos geografía. Y me recita de memoria los afluentes del Ebro, los pueblos de la provincia de Zamora, el teléfono de mi tía y cuándo es su cumpleaños (que nunca olvida). Su memoria es prodigiosa, y consigue quesitos de colores, pero dudo mucho que haya sido eso lo que le haya hecho tener una vida profesional exitosa.
A mis primos también se les da bien el Trivial. Lo suyo son los deportes. Las preguntas sobre quién, cuándo o cuánto son su especialidad. Y es asombroso que sepan nombres, fechas y números de todos los deportes (y no solo del fútbol). Nuevamente, su trayectoria profesional no tiene nada que ver con esa memoria deportiva.
La cuestión no pasaría de ser algo personal (ya os podéis imaginar a qué nos dedicamos en las reuniones familiares), si no fuera porque parece una metáfora del sistema educativo. Tener memoria es una cualidad aparentemente indiscutible, pero me preocupa que se convierta en el único referente a la hora de evaluar a nuestro alumnado y, por ende, a todo el sistema educativo. Traducido: los alumnos que son capaces de aprenderse la lección van pasando de curso, aunque tengan graves problemas para redactar una oración o no puedan argumentar, expresar emociones o trabajar en equipo. La cultura enciclopédica es la que valoramos demasiadas veces en nuestros exámenes, aquella que me sirve para triunfar en el Trivial o en un programa-concurso de televisión. ¿Será casualidad que la capacidad crítica, el pensamiento independiente o la habilidad para relacionar conceptos, informaciones o procesos, quede relegada a un segundo plano? Así es mucho más fácil que un tertuliano, mínimamente dotado para la retórica, se lleve el gato al agua.
Es más, en la era de la Wikipedia, cualquiera puede satisfacer su curiosidad y sus ansias de enciclopedismo sobre los temas más diversos. No necesito usar más que unas pocas teclas para encontrar el dato que me falta. La biografía de Napoleón, las obras de Pérez Galdós (cuánto escribió este hombre) o el número de episodios de Los Simpsons emitidos hasta ahora. Y, sin embargo, para leer entre líneas necesito mucho más. O para elaborar una información a partir de fuentes diversas. Incluso para gestionar el tiempo o un equipo de trabajo.
Tal vez sería más interesante utilizar la hora de clase con nuestro alumnado para leer un poema juntos, en vez de obligarlos a aprenderse la vida del poeta. O investigar sobre cualquiera de los problemas que tenemos hoy en día para ayudarles a que se formen una opinión (siempre provisional) y empiecen a proponer otras maneras de organizar la realidad que nos rodea. Porque la sobredosis de datos sirve para ganar en algún juego o concurso, pero no para cambiar el mundo.
Tengo una compañera con un pequeño problema: la pobre siempre se ha quejado de que es incapaz de retener datos. Solo con un gran esfuerzo consigue recordar fechas, nombres, números... Informaciones que le serían muy útiles para ganar al Trivial Pursuit, juego en el que siempre pierde. Afortunadamente, no ha necesitado psicoanalista ni nada parecido, pero su autoestima se resiente cada vez que juega, pese a que puede desempeñar su tarea profesional sin ningún problema.
Sin embargo, mi madre es una base de datos. Siempre me dice que ahora no sabemos geografía. Y me recita de memoria los afluentes del Ebro, los pueblos de la provincia de Zamora, el teléfono de mi tía y cuándo es su cumpleaños (que nunca olvida). Su memoria es prodigiosa, y consigue quesitos de colores, pero dudo mucho que haya sido eso lo que le haya hecho tener una vida profesional exitosa.
A mis primos también se les da bien el Trivial. Lo suyo son los deportes. Las preguntas sobre quién, cuándo o cuánto son su especialidad. Y es asombroso que sepan nombres, fechas y números de todos los deportes (y no solo del fútbol). Nuevamente, su trayectoria profesional no tiene nada que ver con esa memoria deportiva.
La cuestión no pasaría de ser algo personal (ya os podéis imaginar a qué nos dedicamos en las reuniones familiares), si no fuera porque parece una metáfora del sistema educativo. Tener memoria es una cualidad aparentemente indiscutible, pero me preocupa que se convierta en el único referente a la hora de evaluar a nuestro alumnado y, por ende, a todo el sistema educativo. Traducido: los alumnos que son capaces de aprenderse la lección van pasando de curso, aunque tengan graves problemas para redactar una oración o no puedan argumentar, expresar emociones o trabajar en equipo. La cultura enciclopédica es la que valoramos demasiadas veces en nuestros exámenes, aquella que me sirve para triunfar en el Trivial o en un programa-concurso de televisión. ¿Será casualidad que la capacidad crítica, el pensamiento independiente o la habilidad para relacionar conceptos, informaciones o procesos, quede relegada a un segundo plano? Así es mucho más fácil que un tertuliano, mínimamente dotado para la retórica, se lleve el gato al agua.
Es más, en la era de la Wikipedia, cualquiera puede satisfacer su curiosidad y sus ansias de enciclopedismo sobre los temas más diversos. No necesito usar más que unas pocas teclas para encontrar el dato que me falta. La biografía de Napoleón, las obras de Pérez Galdós (cuánto escribió este hombre) o el número de episodios de Los Simpsons emitidos hasta ahora. Y, sin embargo, para leer entre líneas necesito mucho más. O para elaborar una información a partir de fuentes diversas. Incluso para gestionar el tiempo o un equipo de trabajo.
Tal vez sería más interesante utilizar la hora de clase con nuestro alumnado para leer un poema juntos, en vez de obligarlos a aprenderse la vida del poeta. O investigar sobre cualquiera de los problemas que tenemos hoy en día para ayudarles a que se formen una opinión (siempre provisional) y empiecen a proponer otras maneras de organizar la realidad que nos rodea. Porque la sobredosis de datos sirve para ganar en algún juego o concurso, pero no para cambiar el mundo.